_La vida puede ser exitosa, pobre, dura, cruel, maravillosa,
excitante, difícil, oscura; pero, siempre será corta, eso es algo que deberías
haber previsto.
_Soy demasiado joven, has llegado muy temprano.
_La muerte no llega ni temprano ni tarde, tan solo llega y,
cuando eso pasa, el tiempo se detiene.
_Haré lo que sea por algo más de tiempo.
_El tiempo para mí no existe
Los ojos negros, hundidos, del hombre lanzaron al aire una
mirada desesperada, atormentada, afligida; contemplaba los muros húmedos que le
rodeaban, encerrándole en aquella inmunda prisión; el deleznable guiñapo
sopesaba sus opciones para evitar continuar con aquel pánico que le atenazaba
el alma. El nerviosismo y la desesperación
hacia que apenas pudiese tenerse
en sí, pero necesitaba llegar a un acuerdo. Apretó las uñas contra la palma de
la mano, atribulado, abatido dejó que sus labios titubeasen una última suplica.
_Pídeme algo
El rostro bubónico, enjuto, en su mayor parte descompuesto,
miró hacia el vano de la ventana enrejado de aquella prisión; con aquella capa no
se le veía más piel que la cara y las manos, y era suficiente. Las cuencas vacías
de sus ojos miraron hacia el cuervo posado en el alfeizar, que lanzaba algún
graznido de tanto en tanto.
_ Echa al pájaro- ordenó con una voz a medio camino entre la
bestia y el humano.
Señalaba con la hoz, en la otra mano portaba un pergamino
arrugado y viejo. El hombre, temeroso,
titubeante, vaciló un segundo, pero terminó por acercarse al ventanuco; miró
hacia las cuencas vacías. La Muerte le devolvió la mirada.
Con abruptos movimientos consiguió echar al ave negra. Pero
tan pronto el ave alzó el vuelo el
hombre cayó sin vida como un vulgar monigote, su negra alma salió como humo negro
y la Muerte, con un golpe de hoz terminó con la inmunda existencia de aquel
pobre desgraciado.
Una respiración agitada hizo que Muerte se volviese; un
hombre robusto, rubio, con uniforme, respiraba de forma agitada, había
palidecido, había visto toda la escena, permanecia de pie, al otro lado de las
rejas , atónito.
Con paso lento, casi como si levitase, la muerte se acercó a
los barrotes, la cara del carcelero estaba a escasos centímetros de los retazos
de piel maltrecha de la Muerte. Lo único que el carcelero quería era huir,
correr y ponerse a salvo de aquella bestia horrenda; pero su pánico era tal que
las piernas no le respondían, tan solo podía mantener su posición, pegado a los
barrotes de metal, observando cada fragmento de la cara de aquel ser del averno
. El hedor que desprendía era tal que provocaba nauseas, era el olor de la
muerte y la sangre coagulada, era el olor propio de un cuerpo en
descomposición. La Muerte de acercó tanto a él que notaba como la tela raida de
la capa rozaba el dorso de su mano; la sangre le bombeaba a un ritmo frenetico,
sentía sus propios latidos en los oídos. Aquel ser se quedó así, parado, muy
cerca de él; parecía observarle con detenimiento, y tras unos segundos
pronuncio, arrastrando las palabras, con una voz gutural.
_Regresaré pronto.
Texto Jenifer Ageitos Teira 1º Bac D