jueves, 1 de diciembre de 2011

Concurso Asfalrelatos

Con motivo da celebración do día mundial en memoria das víctimas de accidentes no noso Centro colaboramos coa campaña e máis coas celebracions de diferentes maneiras. Unha delas foi un pequeno concurso interno entre os alumnos de Lengua española de 4º A e 4º B, incluido na dinámica da clase. Os alumnos debían elaborar breves relatos co tema dos accidentes  e co obxectivo de concienciar e emocionar aos lectores sobre este grave problema da nosa sociedade. O resultado podedes admiralo aquí coa selección dos millores traballos e do traballo gañador do concurso, que foi lido polo seu autor, Andrés Castro Conde-Pumpido, no acto oficial de homenaxe do día 27 de novembro:



A (Alba, 4º A) 15 años

Una existencia que se consumía. Una vida solitaria. Una ausencia de ganas.
Un traje verde botella cinco días a la semana, unas cuantas canas y un sillón frente al televisor.
Le hacían gracia las narices aguileñas y no le gustaba el mes de agosto, ni los caracoles, ni las quinielas.
Es todo cuanto se puede decir de él.
Poca cosa, eso era.
Se preguntó qué pasaría si soltaba el volante. Se lo había preguntado muchas veces ya, pero esta vez fue la última.
Segundos antes del impacto sintió un ligero remordimiento y se preguntó quién daría el alpiste a su canario.
Es difícil entender por qué una vida sin sentido acaba de pronto con otras cuatro inocentes que se cruzan en su camino.
  
B (Carmela, 4º A) 14 años
Ayer no vino a recogerme, él siempre llegaba tarde, retando al viento en su monstruo de dos ruedas .Se despistaba observando el mundo y se olvidaba de mí .Quizás con las prisas se olvido la cabeza en casa.
Le gustaban las curvas, aceleraba antes de sumergirse en ellas y luego soltaba el manillar; la adrenalina subía, el respiraba hondo y volaba, se sentía libre, demasiado libre.
Esta vez calculaste mal la trayectoria, no viste el camión que se te acercaba en dirección contraria, o trazaste la curva demasiado abierta, pero al final el asfalto hambriento mordió en tu piel.
Llaves, gafas, una mochila abierta y una agenda cerrada, un amasijo de hierros que funde la vida, tus restos esparcidos sobre una carretera. No te llevas nada, lo dejas todo menos a ti. ¡No vi antes trato tan injusto!
Ramo de flores, regalo de impuntualidad que se convierte en corona, asfalto helado que te quema la vida, que quema mi vida. Mi último aliento por conservar el tuyo.

C (Irea, 4º A) 15 años
Una noche de juerga
Es otoño, las hojas caen, el viento sopla y  la lluvia son lágrimas en mis ojos. Al amanecer, en una carretera húmeda por el rocío no pasaba nadie y había silencio. Un giro inesperado en mi vida hizo que todo cambiase, que perdiese lo que más me importa.        
Hace un año exacto yo estaba allí, en esta misma carretera inundada por el barro. Éramos cuatro, de madrugada, entre risas, gritos, alcohol y el humo de los cigarrillos. La fiesta había continuado en el coche, pero acabó y no precisamente al llegar al destino. Nos deslumbraba la claridad del amanecer al tiempo que entrábamos en una especie de vía secundaria. Aquella noche la pagamos, pagamos nuestros descuidos e imprudencias, nuestra locura, y a un alto valor. En una curva cuando la lluvia empañaba el cristal y nuestras mentes iban sin rumbo por la carretera, nos caímos por un gran barranco.
Ahora cada año, vagando como un fantasma, en un abismo entre la realidad y el pasado, como una niebla espesa, paso por ese mismo sitio para recordar la tragedia de ese día y el cuidado que no tuve.

Unha noite de esmorga
Na estación melancólica das lembranzas onde as árbores tornan núas deixando as súas vestimentas no chan, tinguindo as rúas de cores cálidas,  a chuvia abafa os cristais da miña alma e as bágoas os meus ollos. Soa coa alborada, o silencio invadía todo o meu  ser escoitándose só os meus sentidos saloucos. Un xiro inesperado na miña vida fixo que todo trocase, que perdese o que máis me importa, que quedase estancada nun fastío de incertezas co só recordo dun horror que marcaría toda a miña existencia.   
Eu estaba alí hai un ano exacto nese mesmo lugar onde no asfalto inundado pola lama se debuxaban as pisadas dos pneumáticos. Éramos catro de madrugada, entre risas, berros, alcohol o o fume dos cigarros. A festa que deixáramos continuara no coche, pero como toda festa rematou e non precisamente ao chegar ao noso destino, porque a este nunca chegamos.Cegábanos a claridade do amencer ao tempo que entrabamos nunha especie de vía secundaria. Un grande barranco, un grande abismo, unha vida de desgrazas e calamidades, foi o gran premio que conseguimos aquela noite de esmorga. Nunha curva cando a espesa brétema nos envolvía, a chuvia abafaba o cristal e as nosas mentes tolas ían sen rumbo pola estrada, caemos.
Paso por este camiño nesta data para rememorar a traxedia dese día e o coidado que non tiven. Vagando como unha pantasma nese abismo entre a realidade e o pasado, camuflada nunha paisaxe cunha néboa arrepiante e un final incerto como un túnel polo que se marchou o mellor da miña vida.

D (Alberto, 4º B) 15 años
Cuando me desperté, el volante estaba en mi nuca.

E (Alberto, 4º B) 15 años

UN PROBABLE ACCIDENTE DE TRÁFICO.
Ella le envió un SMS de definitiva despedida. Regresaría en el primer vuelo a su ciudad.  Él no la podía perder. Terminó su copa  y pidió otra para animarse, la apuró y le sobraban las dos.  Montó en su 1000cc y olvidó abrochar el casco. Arrancó, aceleró, oyó el potente motor y  empezó a  superar  las velocidades que sus ganas de alcanzarla y el engaño del alcohol le permitían. Corrió y corrió. Adelantó. Aceleró. Se crecía... fuerte y aventurero. Sorteó veloces estelas luminosas zigzagueando en imposibles circunvalaciones. No vio la noche, ni la lluvia, la veía a ella. No vio señales, túneles ni precauciones. Resbaló curvas, escurrió  ciclistas, chirrió  líneas continuas y frenó peatones.
Y llegó. Pero solo se dio cuenta  de su suerte cuando la vio.  La abrazó  y no se soltaron...
Podría parecer el  guión final de una película americana cualquiera. Pero la realidad es consecuente. Y esa era una realidad arriesgada, temible y frecuente, porque  su vida, otras vidas, muchas familias e infinitas secuelas, podrían haberse  jugado en esta escena.

F (Sofía, 4º B) 15 años
VEINTITRÉS ESCALONES.
Un destello, y de nuevo mi rostro aniñado se incendió. Le siguió un gruñido que mordió mis oídos y se apoderó de las cosas. Una tormenta nunca dejaba de maravillarme.
Luz y sonido se unían en un mismo ser que lo devoraba todo.
De nuevo silencio, un llover monótono.
Algo desgarró la niebla en un quejido, confundido en el trueno, y los gritos penetraron el aire. Bajé con mi madre veintitrés escalones eternos que me llevaron a la calle.
Allí, una multitud espesa cercaba la carretera. Mi madre se abrió paso entre la marabunta que se removía alrededor de aquello. Los cabellos pegados a los rostros marchitos, distantes…lágrimas que eran lluvia, lluvia hecha de lágrimas.
Mi pequeña mente imaginaba y se retorcía en pensamientos escabrosos; hurgaba en los susurros de la gente para poder reconstruir aquella imagen. Unas manos húmedas rozaban mi cara y se enredaban en mi pelo, mientras buscaba un recoveco entre las gabardinas tristes.
No conseguí llegar a lo que observaban aquellos ojos ajados y fríos, absortos en esa imagen gris. Y ahora lo agradezco.
Volví a subir con mi madre esos veintitrés escalones mientras miraba atrás, y la lluvia seguía cayendo blandamente sobre aquel lugar, como cae sobre todas las cosas, siempre tan pura y fría.

G (Ana, 4º B) 15 años 
El sonido del despertador del móvil es mi único indicador de que ya es de día. Palpo en su busca y lo apago.
Me levanto, me visto y me peino. Desayuno con la radio puesta y la lluvia golpeteando contra  la ventana de fondo.
Todo es tan distinto cuando llueve. El olor de las cosas, el sonido del tráfico, la prisa de la gente por llegar a cubierto hace pensar que ni siquiera se miran unos a otros.
El locutor informa de la hora. Tengo que bajar, viene a recogerme, como todos los días.
Bajo las escaleras, casi contándolas inconscientemente. Llego al portal, María me coge del brazo y me lleva hasta el coche.
Suspiro, me he mojado las All-Star.
Vamos hablando de las vacaciones prácticamente la totalidad del trayecto. Es tarde. Llegamos al décimo semáforo  y noto cómo acelera, posiblemente para pasarlo en ámbar.
Oigo un frenazo, demasiado cerca. Mi cabeza se mueve en todas direcciones.
El coche se para contra una farola. La copiloto comienza a moverse, lentamente. Le duele todo. Llama a María, que no le contesta. Se desabrocha el cinturón, con las manos temblándole  sin control. Palpa en su busca.
Toco algo líquido y caliente, y tardo unos instantes en darme cuenta de que no es la lluvia.
La angustia es tal que casi no le deja ni respirar, pero sigue llamándola. Las manos manchadas de la misma sangre que corre por sus venas.
Oigo cómo la gente se acerca, posiblemente para ayudar.
María no responde.
Ahora sólo queda el sonido de una sirena aproximándose.
  
H (Andrés, 4º B) 15 años (Gañador)

LAS NOTICIAS DE LAS NUEVE
  -. ¡Es el coche de papá!.. Es el coche de papá! ES EL COCHE DE PAPÁAA!....El grito de Anita se fue elevando como una sirena de bomberos y la madre llegó corriendo por el pasillo, diciendo ¿Qué pasa? ¿Por qué gritas así? Y de pronto calló, pero al segundo un gemido surgió del salón inundando la casa.
  Alex puso el juego en pausa y fue a ver qué ocurría;¡menuda tarde de viernes le estaban dando!: que si había que preparar la maleta, porque al día siguiente cogían temprano el avión para ir a París a pasar la Semana Santa; que si pelar patatas y picar cebolla, para que su padre tuviera de cena esa tortilla que tanto le gustaba; que si hay que comprar tomates para la ensalada, que ya sabes que a papá le encantan…Y ahora este jaleo ¡que pesadas!.
   Las dos estaban de pie frente a la tele. Su madre se tapaba la boca con las manos, como para ahogar ese gemido infinito; su hermana tenía la cara retorcida, bañada en lágrimas, y su brazo extendido señalaba la pantalla de la tele. Alex siguió su mano y vio un coche rojo aplastado, un bulto en la carretera tapado con una lona blanca, sangre en la calzada…leyó el subtítulo “accidente mortal en A Gudiña”, oyó la voz de tono indiferente de la locutora…”el conductor del camión ha resultado ileso”…empezó a notar un olor a quemado… ¡Mamá, que se queman las patatas! dijo, bajito, tratando de entender por qué gritaban, no era papá, no podía ser papá, aún tardaría un par de horas en llegar de su viaje…
     El coche rojo era más viejo que el de papá, seguro, más pequeño. No, no, no…Tenían que seguir con sus planes, tener preparada la cena: su padre vendría muy cansado, protestando por el tiempo, el tráfico, la dura cama del hotel, lo pesados que eran los clientes...
 ¡No era el coche de papá!- gritó. Anita sollozó…”he visto la matrícula”. Mamá se derrumbó en el sofá. El teléfono sonaba y sonaba. El mundo de Alex se tiñó de negro.

I (Pablo, 4º B) 14 años

Vamos solo a respirar…
Las luces parpadeantes mostraban la tragedia. En el asfalto se encontraba un cuerpo, inmóvil, a unos metros había una bicicleta tirada en el suelo, se podía respirar la desesperación y la lucha contra la muerte. Cerca había un hombre, con muecas de desesperación en su rostro, apoyado en el capó de su coche y hablando por su móvil.
Hace un momento, Pedro estaba pensando en la suerte que tenía de ser convocado para la vuelta a España. Tantos años de esfuerzos, sacrificios, y trabajos tenían al fin recompensa; todo había merecido la pena, en los momentos en que sus fuerzas flojeaban, siempre pensaba en lo mismo, superarse a sí mismo. En sus auriculares sonaba “Just Breathe” de Pearl Jam que le recordó a María, la chica más  guapa que había visto en su vida, y pensó que la próxima vez que la viera le diría todo lo que sentía por ella.
En ese instante notó como si su bici se desequilibrase y después un golpe seco que le hizo volar por los aires y al final en su interior sonó un ruido atronador, como si el mundo se detuviese en ese instante.
En casa de José sonaba el teléfono. Carmen contestó. Al otro lado una voz desesperada y entrecortada, decía que había matado a un chico, por un despiste al volante. (Carmen apenas podía reconocer la voz de su marido, siempre firme, siempre segura, siempre protectora, pero en ese momento parecía un niño desconsolado buscando perdón en las faldas de su madre).
Repetía una y otra vez “no puedo ni respirar”, pero Carmen consiguió comprenderle, simplemente tuvo sed y le dio un trago a su lata y entonces sucedió, embistió al chico por detrás haciéndole volar por los aires, llamó a 112 y llegaron rápidamente, no lo suficiente para salvar la vida del chico.
Una sábana blanca cubría su rostro.
  
J (Pilar, 4º B) 15 años

No recuerdo mucho de aquel día, lo que hasta ese momento había sido un día normal y que se convirtió en cuestión de segundos en algo que me marcaría para el resto de mi vida. Aún ahora, años después, soy capaz de evocar ese último instante, revivirlo una y otra vez, como si hubiese ocurrido la semana pasada y no hace tanto tiempo.
El aviso de las luces que se acercan, ese instante aterrador en el que eres consciente de que no podrás girar a tiempo; ese momento en que lo vuelves a revivir todo y en el que rezas para que no sea la última vez que ves ese rostro querido que llevas a tu lado.
Una tormenta estalla a mi alrededor, los truenos retumban en mis oídos, después… solo silencio.
Empiezan a llegarme el ulular de las sirenas y el rumor de la gente, que atraída por la desgracia como los tiburones son atraídos por la sangre, empieza a murmurar, intentando averiguar lo sucedido.
Muchos dirán que la pesadilla terminó en ese momento, cuando unos brazos consiguieron sacarme de allí, pero se equivocan.
Lo peor son las noches, cuando lo vuelvo a revivir y recuerdo su sonrisa, la que esbozaba segundos antes del final.

K (Carmen, 4º B) 15 años

Elegante Nocturne
No se cansaba de oír esa hermosa melodía que la invocaba a bailar como sólo ella sabía. Era su forma de vida, el baile, el ballet. No tenía amigos, no tenía tiempo. Las niñas de su colegio no la trataban bien ¿quizás envidia? No lo sé. A ella no le importaba. Bailar le hacía sentir inmensas emociones, crecerse, vivir.
La escuela de danza, estaba a cuatro manzanas de su casa. El camino que recorría para llegar era por un bosque donde cogía una hoja caída que llevaba cuidadosamente  en la mano hasta llegar al pequeño tramo de carretera donde la perdía por culpa del viento que producían los coches al pasar. Siempre era la misma rutina, no cambiaba, día tras día igual. Para ella el ballet lo era todo.
Un frío martes de Otoño, mientras cogía su habitual hoja, conoció a un niño aparentemente de su misma edad que al igual que ella atravesaba el oscuro bosque. Lo conocía de vista, pero nunca antes habían hablado. Ese día fue especial, no entendía cómo una sola persona le aportaba el mismo mariposeo en el estómago que le daba el ballet.
Por la  noche, Nocturne de Chopin no paraba de sonar en su cabeza. Tumbada en la cama esperaba que todos los días fuesen como hoy, que todos los días fueran martes. Y allí acostada en su frío colchón, intentaba simular la siguiente tarde con él. Jamás sentiría nada igual, porque esta vez el viento que despegaba los veloces coches, no se llevaría su delicada hoja...
  
L (Laura, 4º B) 15 años

Tan solo un segundo
Era un niño de 10 años. Me encantaba escuchar la música de Bethoveen, Mozart y Chopin; pero lo que más adoraba era tocar el piano y hoy era mi día.
No le había dado tiempo ni a que sonara el despertador. Me levanté de la cama de un salto, desayuné apresuradamente, me vestí con mi mejor traje y, media hora antes de lo previsto, ya estaba ansioso por tocar mi piano. Mi madre se acercó a mí con una sonrisa radiante y su precioso jersey rosa de lana. Salimos y, de la mano, nos dirigimos al auditorio; esa majestuosidad que impresionaba a cualquiera, negra y elegante, con ventanas tintadas de azul oscuro.
 En cuanto lo visualicé, eché a correr dejando a mi madre atrás. Tuve que frenar en un odioso paso de cebra, esperando a que el monigote verde se iluminara y me dejara seguir mi camino, pero parecía que no quería. Cuando el monigote que estaba encima empezó a parpadear, no pude esperar ni un segundo más y crucé la carretera con pequeños saltos de alegría que le parecerían patéticos a cualquier persona ajena a mi estado de ánimo.
Lo que no me imaginaba, era que esa felicidad se me pudiera arrebatar en un segundo. Un segundo que me pareció eterno cuando vi al conductor del descapotable rojo echando su cuerpo hacia atrás intentando frenar su vehículo; un segundo en el que vi el numero 3476 - ZN aproximándose a mí a toda velocidad; y un segundo en el que sentí unos brazos rodeando mi cuerpo indefenso, unos brazos que me apretaron contra un pecho cubierto de lana rosa. En un solo segundo, cerré los ojos y enterré mi cara en esa tela que picaba. Fue cómo si al olerla, el tiempo volviera a su naturalidad y mis sentidos comenzaran a funcionar de nuevo.
Percibí un fuerte golpe que nos impulsó al jersey y a mí por la carretera.
Pude escuchar los gritos de muchas personas y noté cómo el jersey se alejaba de mí, parecía que alguien me lo arrancara. Cuando conseguí abrir los ojos e incorporarme, vi mi traje negro con un brillo escarlata. La boca me sabía amarga y rancia; y el olor era insoportable, una mezcla de gasolina, sangre y polvo.
Levanté la vista y vomité ante la visión de mis ojos. El jersey estaba deshilachado, deshecho, carmesí, roto, muerto.
Y entonces fue cuando comprendí que la felicidad podía desaparecer en tan solo un segundo, un segundo que duraba un suspiro.



 Noraboa a todos os alumnos.